Bilbao, un pueblo que se rebela ante la furia del Tungurahua

Bilbao (Ecuador).-  Asentado en las faldas mismas del volcán ecuatoriano Tungurahua, Bilbao es un pueblo decidido a rebelarse ante la furia del coloso, que a diario provoca a sus habitantes con explosiones de fuego.

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(EFE)

Vista de la actividad de hoy del volcán Tungurahua, situado en el centro andino de Ecuador, en las cercanías a la ciudad de Baños.

Bautizado con el apellido de un religioso español que vivió allí hace varias décadas, Bilbao es un caserío enclavado en el Tungurahua, en el centro andino de Ecuador, habitado por campesinos recios que no quieren abandonar sus tierras, porque es lo único que tienen, pese a que las reclame el volcán.

El Tungurahua, de 5.029 metros de altitud, inició un proceso eruptivo en 1999 y, desde entonces, ha intercalado momentos de gran actividad con lapsus de quietud, aunque desde octubre pasado ha vuelto a amenazar con desatar su furia, como hizo el 14 de julio y el 16 de agosto de 2006.

En esas fechas, la "Mama (madre)", como le dicen al Tungurahua sus vecinos, generó violentas explosiones que causaron la muerte de seis personas, obligaron a la evacuación de cientos y arrasaron extensas zonas de cultivos.

A pesar de que Bilbao fue uno de los poblados más afectados por aquellas explosiones del volcán que arrojaron cascajo y abundante ceniza, los bilbaínos aseguran que, después de esos episodios, saben ya cómo se comporta el Tungurahua, que no para de rugir.

"Cuando va a hacer una explosión fuerte, el volcán pasa bramando todo el tiempo y no para con el 'pun pun' de las explosiones" menores, que anteceden al evento mayor, aseguró a Efe Humberto Meneses.

Pobre y avejentado, Humberto asegura que "en verdad" el Tungurahua es su "Mama" y que no le causará daño: "Cuando vaya a hacer algo grande, ella nos avisará y, ahí, sí tendremos que hacer algo... salir a Chacauco", un pueblo cercano al otro lado de la quebrada, añadió.

Humberto tiene ganado en la zona y esa es su mayor preocupación, porque si se produce la erupción tendrá que ir a buscar a sus animales para trasladarlos a zonas más seguras.

Recuerda que en las erupciones de 2006 tuvo que "subir" la montaña y arrear el ganado aprisa, para evitar que los flujos de lodo y material volcánico les alcanzasen.

"Nosotros ya conocemos que hace la Mama Tungurahua, pero tenemos que confiar en Dios", asegura el campesino, al que parece ya no inmutarle lo que haga el volcán.

"Nos dolería dejar estas tierras, porque son nuestras", comenta una campesina que, junto a otros vecinos, en las noches, se sientan en las gradas de una pequeña cancha de fútbol de Bilbao para charlar sobre sus alegrías y penas, justo antes de ir a dormir.

Pese al peligro, en esa cancha juegan algunos niños, como Marco, de siete años, que al igual que sus padres afirma que no abandonará el pueblo, aunque algunas noches coge un autobús que recoge a quienes prefieren dormir en lugares seguros como Cotaló, otro pueblo cercano, que se encuentra en una zona de seguridad.

Después de la charla, los campesinos van a sus casas, no sin antes escuchar lo que tenga que decir un guardia del pueblo, que recorre en motocicleta la zona con las informaciones que le comunica por radio el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional (IGEPN).

Científicos de ese Instituto montan guardia permanente desde 1999 en un observatorio instalado en uno de los valles cercanos al Tungurahua.

Con estaciones de vigilancia y sismógrafos instalados en algunos lugares del volcán, el IGEPN tiene la misión de prevenir a las autoridades y la población de cualquier manifestación extraña del coloso.

El IGEPN ha advertido sobre una eventual próxima erupción del Tungurahua y por ello la vigilancia se ha extremado.

Personal de la Policía, la Defensa Civil, los ayuntamientos cercanos, la Cruz Roja, el Gobierno y otras instituciones públicas y privadas colaboran en la aplicación de los planes de contingencia que se deben activar en caso de peligro.