Iberoamérica no quiere 'desengancharse' del petróleo

MADRID.-  Iberoamérica padece una seria adicción: no puede 'desengancharse' del petróleo. Para saciar su apetito voraz, en 2006 necesitó 7,15 millones de barriles diarios, y en fueron 2007, 7,33 millones, como calcula Bussiness Monitor Internacional (BMI). Todo apunta a que en 2011 se engullirá 8,15 millones al día. Y el consumo de gas se disparará todavía más, subiendo un 50% en los próximos tres años, siempre según la misma fuente.

(EFE)

Pozo de petróleo.

Tener una adicción no es tan grave como no querer curarse de ella. Tal parece ser el caso de Iberoamérica, cuyos gobernantes se postran arrobados ante el 'oro negro'. Para muestra, la 'diplomacia petrolera' de Chavez, la apuesta de Lula por hacer de Brasil una potencia petrolera, la dependencia de Ecuador, México y Bolivia de los hidrocarburos para salvar sus balanzas comerciales, o la desesperación de Argentina por aumentar sus reservas menguantes de gas y petróleo. Tampoco Cuba, que ha pasado de depender del crudo soviético a hacerlo del venezolano, se aparta de esa tónica.

El consenso internacional sobre la conveniencia de las energías no contaminantes, no parece haber calado en los políticos iberoamericanos. En ninguna parte se ve un esfuerzo decidido por incentivar seriamente la energía eólica o la solar, por citar algunas de las opciones disponibles. Como señalaron recientemente en Madrid fuentes de la CEPAL, de los 71.000 millones de dólares invertidos globalmente en dichas energías en 2006, apenas 1.000 millones tuvieron por destino Iberoamérica.

Sí ha habido un incremento exponencial en la producción de biocombustibles (Brasil ya es el segundo productor mundial de etanol); pero las ventajas ecológicas de esta clase de energías renovables han sido puestas en entredicho. Además de encarecer los alimentos básicos de gran parte de la población mundial, se les acusa de promover la desforestación salvaje por parte de los cultivadores de oleaginosas.

Resulta inevitable tocar este tema sin cruzarse con el debate Norte-Sur. Los países ricos, argumenta el Tercer Mundo, no tienen derecho a trabar el desarrollo de las naciones más pobres en aras del bienestar ambiental. ¡La panza es lo primero!; y en esto estamos de acuerdo. El extraordinario repunte de los precios de las materias primas ha sido una bendición del cielo para países que llevaban décadas sufriendo la depreciación de sus exportaciones. ¿Quién podría negarles el derecho a aprovechar la coyuntura para mejorar sus finanzas deficitarias y atender demandas sociales impostergables? Pero su aprovechamiento no les impide en modo alguno destinar una pizca de la renta petrolera a financiar energías limpias, aunque no sea más que para cubrir el consumo interno.

En el fondo, detrás de los comprensibles argumentos soberanistas se asoma algo mucho menos aceptable: la vieja fascinación por el poder del petróleo (y el olvido de la «maldición» asociada al abuso de ese recurso natural, manifiesta en el despilfarro, la corrupción, la contaminación desenfrenada). Duele ver cómo las rancias ilusiones de grandeza, de las cuales los países industrializados se van desprendiendo con dificultad, se revigorizan en los pueblos que menos necesidad tienen de repetir errores ajenos.