El Tungurahua ahuyenta y atrae a miles de personas con su exhibición de fuerza

Patate (Ecuador).-  El volcán Tungurahua ha ahuyentado en los dos últimos días a miles de sus vecinos, que temen una potente erupción, y también ha convocado a una multitud de curiosos que se acercan todo lo que pueden para ver la exhibición de su fuerza.

El Tungurahua, en el centro de las Andes de Ecuador, volvió a reanudar este jueves una fuerte actividad, con frecuentes exhalaciones de gas y ceniza, expulsión de material candente y ruidosos estruendos que se escuchan a cientos de kilómetros de distancia.

Mientras unos, los que viven cerca del coloso tratan de protegerse y alejarse de su furia, otros, los curiosos, buscan la mejor ubicación para ver el espectáculo que, en la distancia, parecen fuegos artificiales.

En pueblos como Bilbao, Chacauco, Pillate, Calhuají, Juive, Palictahua, El Manzano y varias docenas más situados en sus cercanías, la mayoría de sus habitantes no dudan en abandonar sus casas y terrenos cuando se presenta una erupción del coloso.

No obstante, muchos se resisten a abandonar sus propiedades y sus tierras y aseguran que solo lo harán cuando "verdaderamente" el Tungurahua haga erupción.

Pese a los estruendos y las bocanadas de ceniza, gas y rocas candentes que el Tungurahua ha generado en los últimos días, muchos de los vecinos le dan la espalda para dedicarse a sus tareas agrícolas y ganaderas.

Ese es el caso de Ramiro Martínez, de la comunidad de Pillate, que anhela que el volcán se calme: "La Mama está muy brava", dice el labriego y recuerda la lluvia de cascajo y ceniza que el volcán depositó en esa zona en agosto de 2006, cuando presentó el pulso explosivo más fuerte del proceso de erupción actual, iniciado en 1999.

Ramiro, presidente del cabildo de Pillate, asegura que los vecinos del caserío ya saben como actúa "la Mama", el nombre que en quechua significa madre y que le aplican al coloso.

Desde hace nueve años el Tungurahua empezó un proceso eruptivo que, según Ramiro, debe concluir en tres años más, porque la historia de las erupciones de este volcán así lo advierte.

"Faltan tres, ya hemos pasado lo más", agregó el campesino, mientras mira la montaña y predice donde caerá la nube de ceniza que acababa de expulsar.

"Esta va a caer aquí, pero poquito", añadió Ramiro, y no pasó mucho para que empezara a caer una ceniza gruesa, como arena de mar, plomiza, que parecía llover de frente por el empuje del viento.

Ramiro y otros vecinos, se acercan a los periodistas y les agradecen por llegar al sitio, del que en otras ocasiones "ni se acuerdan".

Todos los campesinos coinciden en reclamar ayuda del Gobierno, que ha prometido enviarla, pero que, según los afectados, no llega como debería hacerlo.

Se quejan de lo engorroso de los trámites para acceder a los créditos especiales que el Ejecutivo les ofreció, o de la falta de alimentación oportuna durante las emergencias.

También exigen que el Estado cumpla con la entrega de casas para los damnificados del Tungurahua, pero aseguran que no las aceptarán "nunca" a cambio de abandonar sus terrenos.

Las quejas tampoco les llegan a los numerosos curiosos que llegan con su vehículos o a pie a los sitios más próximos permitidos para observar el volcán.

Jessica, una niña de ocho años de edad, juega con las hierbas que crecen al borde de la carretera, donde su familia se ha detenido para ver la montaña.

Entre juegos, Jessica vira la mirada y como de reojo ve al volcán que, en ese momento, es cubierto por una nube que no deja ver el destello de sus rocas de fuego.

Muchos apuestan porque la nube se retirará y, casi sin pausa, se despeja, con lo que Jessica y las otras 25 personas que han llegado al sitio se callan y observan con respeto la explosión del fuego del Tungurahua.

A lo largo de la carretera que llega a la localidad de Cotaló, situada frente al cráter, hay varios recodos que han sido ubicados por los curiosos como observatorios del volcán.