Un río estrangulado por 20 presas

MADRID.-  El futuro del río Uruguay, compartido por Argentina, Brasil y Uruguay, pinta bastante oscuro. Ya motivo de discordia por el asunto de la instalación de las fábricas de pasta de papel en el lado uruguayo, ahora me informa mi colega de aquellos pagos, el periodista Hernán Sorhuet, que a las tres presas ya existentes en este curso fluvial, Brasil planea añadir 18 más (tres de ellas conjuntamente con Argentina). Con más de una veintena de presas dispuestas a lo largo de sus 1.600 kilómetros de longitud, el estrangulamiento de este río parece cantado.

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El río Uruguay desde su lado brasileño

Vaticina Sorhuet: "Una profunda modificación en el régimen hidrológico del río y en sus caudales. Aumentarán las fluctuaciones de agua en la cuenca: a) Habrá bajantes más pronunciadas y prolongadas –porque en época de sequía los embalses retendrán más agua para seguir operando– ; b) Se producirán mayores inundaciones cuando, en época de fuertes lluvias en la cuenca del río, las represas abran sus compuertas para proteger las represas de la fuerza del agua acumulada".

En la misma línea, Jorge Cappato, del Comité Argentino de la Unión Mundial para la Naturaleza, pronostica: "El río Uruguay se convertirá en un conjunto de estanques. Se inundarán saltos, humedales y bosques, disminuirá la biodiversidad y la calidad del agua. En épocas de sequía o lluvias escasas, se extremarán las bajantes. Vamos a cruzar el río a pie".

El uso del río Uruguay ya venía siendo un motivo de discordia entre el país homónimo y la vecina Argentina, a raíz de la instalación en la costa uruguaya de dos fábricas de pasta de papel. El conflicto sigue abierto, toda vez que los argentinos persisten en rechazar las 'pasteras', y los uruguayos las defienden alegando su nulo impacto ambiental. No entraré aquí a valorar la razón que asiste a cada una de las partes en la disputa; prefiero centrarme en la conclusión obvia: la incapacidad de los gobiernos de ambos países para aprovechar un bien común de común acuerdo. El triste episodio amenaza con repetirse a escala ampliada, vistos los proyectos hidráulicos en ciernes.

El Cono Sur, como el resto del mundo, padece un hambre voraz de energía. El crecimiento económico de los últimos años, sumado al encarecimiento del petróleo, empuja a sus naciones a buscar suministros energéticos. Los caudalosos ríos sudamericanos se perfilan como una opción tentadora. Brasil, en particular, apuesta fuerte por la energía hidroeléctrica (el 83% de su capacidad de generación eléctrica ya tiene ese origen); además de las citadas presas sobre el Uruguay, planea construir otra sobre el río Madeira, amén de otras dos con Bolivia en la frontera común. De más decir que esta nación y sus socios niegan cualquier impacto ambiental de sus iniciativas.

Se dice que la energía hidroeléctrica es limpia, porque no produce emisiones y depende sólo del agua. Sin embargo, esa virtud no la exime de otros pecados ambientales. La lista de los desastres ecológicos causados por presas, diques y embalses es larga, como nos recuerdan los Encuentros Internacionales de Personas Afectadas por Embalses, en el que participan más de 50 países y cientos de organizaciones de todo el mundo.

El impacto de esas obras varía según las circunstancias; no resulta igual embalsar agua en zonas despobladas que hacerlo en regiones de alta densidad demográfica; por no hablar de variables como la fauna local, el caudal que se detrae, etcétera. En cualquier caso, más de 20 presas en un río suena excesivo. Urge avanzar a una gestión integrada de la cuenca del Uruguay. Para algo existe el Mercosur, ¿o no?