La batalla de las arenas bituminosas

Canadá asiste a una de las movilizaciones ambientales de mayor calado de nuestros días: la que protagonizan grupos ecologistas y ciudadanos de a pie empeñados en salvar los espacios naturales de la amenaza planteada por la extracción de arenas bituminosas, una de las últimas esperanzas que le quedan a los adictos a los hidrocarburos.

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Chris Evans, The Pembina Institute

Vista aérea de la mina Syncrude en Canadá

Dichas arenas contienen ingentes cantidades de petróleo, estimadas en unos 180.000 millones de barriles, reservas superadas sólo por Arabia Saudí con 260.000 millones de barriles de crudo.

A diferencia de la extracción petrolífera convencional, aquí se necesita inyectar vapor a alta presión para separar el betún de la arena, con un gran gasto de agua y energía: la obtención de tres barriles de petróleo insume el equivalente energético a un barril. Conforme aumenta la producción, más se aleja Canadá del cumplimiento de los límites de emisiones fijados por el Tratado de Kioto.

Aparte del despilfarro de recursos básicos, los críticos denuncian la deforestación causada por las empresas petroleras, los vertidos de aguas residuales al río Atabasca y el deterioro de la calidad del aire debido al aumento de los niveles de sulfuro de hidrógeno, según advierte un informe oficial de la provincia de Alberta.

Los desmanes tienen enfrentada a una vasta coalición de disconformes con una industria generadora de muchos miles de millones de dólares, que ha prometido 100.000 millones más en inversiones para los próximos años. Cada uno de sus integrantes libra la lucha a su manera: los activistas de Greenpeace irrumpen en los actos del primer ministro de Alberta con una bandera que dice: "$telmach: el mejor primer ministro que el dinero del petróleo puede comprar"; el Sierra Club impulsa la formación de grupos de base; el 'World Wildlife Fund' aporta investigaciones e informes; y una legión de colaboradores escriben cartas a las autoridades, recogen firmas, ejercen de portavoces o ayudan a mostrar a la prensa internacional la devastación producida por la industria.

La campaña ha logrado hacer de las arenas bituminosas un símbolo elocuente de la deforestación, el cambio climático y la rapacidad empresarial, y ha conseguido para su causa el sustancial apoyo económico del 'Pew Charitable Trust', creado por el legado de un pionero de la explotación de las arenas, y de la Fundación 'William & Flora Hewlett', instituida por el co-fundador de la multinacional Hewlett Packard.

Ya hay resultados palpables: la Imperial Oil Ltd. ha visto paralizada una inversión de 8.000 millones de dólares, tras perder las demandas judiciales interpuestas por grupos verdes.

En Estados Unidos, una ley recientemente aprobada podría prohibir el uso en la flota federal del petróleo procedente de arenas bituminosas. California ha revisado a la baja las emisiones de CO₂ permitidas a los combustibles. Y los inversores éticos presionan a sus compañías para que abandonen un negocio tan sucio. Animados por los éxitos, los críticos planean redoblar sus acciones, sobre todo ante los tribunales.

Entretanto, la industria petrolera se replantea su estrategia. Brian Maynard, vice-presidente de la 'Canadian Association of Petroleum Producers', ha admitido que los habitantes de Alberta "nos están diciendo claramente que hagamos mejor las cosas en términos ambientales". ¿Y cómo piensan mejorar? Por lo pronto, con un despliegue de relaciones públicas encaminado a contrarrestar las acusaciones de sus adversarios.

En pleno fragor de la batalla, todavía no puede adivinarse quién la ganará. Conviene mantenerse atento: de su desenlace dependerá en buena medida que la 'Era del Petróleo' vea acortada o prolongada su duración unas cuantas décadas.