La ONU busca un "vigilante" nuclear

La cosa nuclear está que arde: Irán no desiste de sus centrifugadoras; Brasil quiere un submarino atómico; la construcción de nuevas centrales cobra bríos; Corea del Norte no ceja con sus bombas. Por donde miremos, el poder del átomo renueva su influjo. En ese marco adquiere especial envergadura la elección del nuevo jefe del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de las Naciones Unidas. Quien sea electo habrá de conjugar el interés de los países centrales por mantener las armas atómicas en pocas manos con el del mundo en desarrollo por acceder a la tecnología nuclear.

OIEA

Mohammad AlBaradei viene dirigiendo el OIEA desde 1997

No se perfila un asunto fácil; por ahora no hay candidato de consenso a la sucesión de Mohammad AlBaradei, quien viene dirigiendo el OIEA desde 1997. Las votaciones se han polarizado entre el japonés Yukiya Amano, el favorito de Occidente, y el sudafricano Abdul Samad Minty, campeón de africanos y asiáticos. Para salir del impasse se han propuesto otras candidaturas, incluida la del español Luis Echávarri.

La importancia del ente encargado por la comunidad internacional de promover el uso pacífico de la energía nuclear quedó palmariamente de manifiesto en las últimas crisis de Medio Oriente. No sólo el egipcio AlBaradei se negó a convalidar las patrañas sobre el presunto arsenal de destrucción masiva de Irak (actitud que le hizo merecedor del premio Nobel de la Paz), sino que además se ha resistido a bajar el pulgar a Irán, como le exigía la Administración de George Bush. Se entiende que los países occidentales prefieran otro perfil para el próximo director del OIEA.

Tal como se presenta la situación, el giro en la política nuclear de Estados Unidos promovido por su presidente Barak Obama no puede haber llegado en momento más oportuno. Éste se fijó públicamente la meta del desarme global, y aseguró que su país dará el ejemplo, entablando negociaciones con los rusos para reducir los misiles atómicos y buscando la ratificación por el senado de su país del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos nucleares.

Eso es precisamente los que desean los países en desarrollo, hartos de escuchar discursos en contra de la proliferación nuclear en boca de potencias cuya principal obsesión pasa por mantener su supremacía armamentista. Si Obama retoma la senda del desarme (tibiamente impulsada por su antecesor Bill Clinton, y descartada, cómo no, por el gobierno de Bush Jr.), Estados Unidos se investirá de mayor legitimidad y credibilidad a la hora de exigir actitudes similares a los demás.

Pero esa apuesta no se jugará únicamente en el tablero de las grandes potencias. En este punto, predicar con el ejemplo no significa solo desarmarse; implica además exigir con la misma ecuanimidad el desarme a unos y a otros. El criterio de la anterior administración republicana fue el de dividir el mundo en "buenos" y "malos", y, consecuentemente, combatir los intentos de los últimos por hacerse con el poder atómico (Corea del Norte, Irán) a la vez que hacía la vista gorda ante el armamento de los primeros (Israel, India, Pakistán).

Romper con esa línea va a requerir de Obama esfuerzos muy decididos. Deberá poner en la mesa de negociaciones el objetivo de un "Medio Oriente desnuclearizado", lo cual supondrá de partida acabar con el trato de privilegio a Israel y exigir a este país que se someta a las inspecciones del OIEA con la misma fuerza y presión que se aplica a Irán. Un escenario semejante demandará, aparte de mucha voluntad política de las partes, la presencia vigilante de un organismo supervisor equidistante y respetado, cualidades que, a no dudarlo, tendrán que encarnarse en la persona de su próximo director general.