San Sebastián.- Las calles de San Sebastián se llenan en verano de visitantes que abarrotan los bares para degustar los típicos pintxos, una intensa afluencia turística que ha llevado a algunos establecimientos de la Parte Vieja donostiarra a replantear el tradicional modo de consumo de estos bocados.
El País Vasco y en particular la capital guipuzcoana son reconocidos por estas delicias gastronómicas, famosas por el derroche de trabajo e imaginación que hay tras su elaboración, pero también por la singular manera de degustarlas, consistente en que el cliente coge directamente de la barra con sus propias manos los pintxos que le resultan más apetecibles y después, a la hora de pagar, explica al camarero cuántos ha comido y de qué tipo eran.
Se trata de una costumbre muy arraigada que se fundamenta en la confianza que el tendero deposita en su clientela.
Sin embargo, el gran flujo de turistas que acude hasta esta pequeña ciudad provoca que en muchos locales se aglomere un elevado número de personas en pocos metros cuadrados, lo que dificulta a los camareros el control y el posterior cobro de las consumiciones, así que en algunas tabernas se facilita en los últimos tiempos un plato a los comensales y se les pide que coloquen en él los pintxos para luego mostrarlos al camarero.
En casos en los que hay mucha gente en el bar, algunos establecimientos ni siquiera sirven la bebida hasta que el cliente enseña la fuente con los pintxos elegidos, y el cobro se hace en el momento de ser servido.
Estas medidas han sido adoptadas sobre todo por bares cuya clientela es en su mayor parte de origen foráneo.
"La gente de aquí dice muchas veces que no quiere plato", señala Rafa, un curtido camarero que controla varios idiomas además del euskera y el castellano y que trabaja en el bar Aralar, situado en pleno corazón del casco antiguo de San Sebastián.
Según comenta, el 90% de los clientes que acuden a este establecimiento, que rara vez se encuentra vacío, son extranjeros.
Los hosteleros dejan bien claro que este sistema del plato no lo aplican "sólo por desconfianza", sino por "dar un mejor servicio al cliente", como aclara Javier Pérez del bar Gandarias, también en la Parte Vieja.
Aunque los camareros aseguran que son pocas las personas que intentan hurtar pintxos, sí que reconocen que unos pocos lo hacen, y dicen que además es fácil que la gente se confunda y no acierte a decir correctamente cuántas piezas ha comido.
Jose Ángel y José Antonio, son dos donostiarras que acostumbran a juntarse e ir de "poteo", una típica actividad consistente en recorrer una serie de bares parando en cada uno de ellos para tomar un trago que puede ser acompañado por un pintxo.
Estos dos amigos explican entre sorbos de txakoli que "eso del plato está bien para los turistas", pero no para los autóctonos.
"Me precio de no haber birlado ni un pintxo en mi vida", dice con convicción José Ángel.
Monty Puig-Pey, que trabaja en el bar Bergara del barrio donostiarra de Gros, explica que la tradición de que los clientes se sirvan por sí mismos deja a muchos turistas "admirados".
Esa confianza natural entre los dos lados de la barra es vista a su vez por mucha gente como el reflejo de una forma de ser, una pequeña síntesis del carácter vasco expresada en el gesto de una vieja costumbre que los habitantes de estas tierras profesan con orgullo.
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