MADRID.- Sólo hace falta poner un pie dentro del Mercado de San Miguel, situado a unos pasos de la Plaza Mayor, para darse cuenta de que no se trata de un mercado convencional. Hay varias cosas que llaman la atención y que lo distinguen de otros centros comerciales similares.
En 'La Flor de San Miguel', todo tipo de frutas frescas.
Lo primero es su apariencia: se trata del único mercado de hierro de Madrid que se ha conservado hasta nuestros días, y las reformas actuales han conseguido respetar el estilo con el que fue concebido en 1916. La marquetería de roble, unas enormes cristaleras y los suelos de granito le otorgan además un aire muy bohemio y refinado. Los letreros de los comercios han sido cuidadosamente diseñados, las frutas y verduras están perfectamente ordenadas y en todo el mercado no hay ni una mosca. Y por último, unos enormes vaporizadores refrescan la zona en los días de más calor.
¿Por qué hay tanto orden? ¿Nadie va a gritar las ofertas del día? ¿Aquí dónde se compra el Fairy? Esto mismo debieron pensar el resto de vecinos del centro de Madrid el día de la inauguración del nuevo mercado, un proyecto desarrollado por 'El Gastródomo de San Miguel', un grupo de particulares que en 2003 decidió comprar el edificio, rehabilitarlo y convertirlo en un templo de productos frescos y artesanos. San Miguel nace con la aspiración de convertirse en el mayor referente gastronómico en la ciudad, y por eso han seleccionado los mejores comerciantes de cada gremio. Y, aunque su pretensión es también ser una zona comercial para hacer compras básicas, lo cierto es que los vecinos han pasado de tener un mercado de barrio, con su pescadería Paco y sus cajas llenas de tomates, a un espacio gourmet repleto de 'delicatessens'. Seguramente las abuelitas que acudieron tras la inauguración huyeron despavoridas con sus monederos apretados contra el pecho al ver los precios de los productos de consumo diario.
Sin embargo, el nuevo San Miguel resulta muy recomendable para los madrileños que no viven en el barrio, para los apasionados de la gastronomía y por supuesto para los turistas. Es un espacio que combina ocio con comida, compras con cañas y tapas con placer, un auténtico centro de cultura culinaria cuyos horarios revelan que definitivamente no es un mercado de toda la vida: abre de 10 a 22 horas, y de jueves a sábado permanece abierto hasta las 2 de la mañana.
Si se quiere visitar a primera hora de la mañana un buen plan es comenzar con un zumo en Jugosa, una zumería de fruta fresca que lleva una mejicana que elabora en el momento smoothies, lassis, batidos o monojugos (zumos de una sola fruta). Los que prefieran un desayuno tradicional pueden tomar un café en alguno de los bares acompañado por un bollo del Horno de San Onofre, un puesto de color rosa fucsia en el que se mezclan panes con chocolates, bombones con turrones y helados artesanales con pasteles. Una vez desayunados podemos recorrer sin prisas los puestos, mirarlos detenidamente y hacer alguna compra interesante. Primera parada obligatoria: Il Pastaio, un puesto de pasta fresca donde se elaboran diariamente cerca de 60 tipos de pastas y en el que también podemos comprar especias.
Al atardecer, copas y cañas.
Para probar una copa de fino o una manzanilla hay que dirigirse al puesto de Vinos Generosos y acompañar nuestra bebida con unos frutos secos tostados en horno de leña, de venta en Casa Gispert, el puesto de al lado. También está representada la bodega Pinkleton & Wine, que guarda sus vinos en excelentes condiciones, la casa de comidas preparadas Lhardy o los productos de comercio justo de Intermón Oxfam. El toque cultural lo pone la librería LAIE, que presenta una selección de libros especializados en gastronomía y ofrece a los visitantes más de 1000 títulos, muchos de ellos relacionados con lo que se vende en el mercado. Los que quieran llevarse a casa un regalito pueden ir a Vinçon, la emblemática tienda de decoración y menaje, que presume de una extensa sección de cocina con baterías, cuchillos o moldes de silicona para cocinar.
Y si lo que necesitas es comprar productos básicos y menos sofisticados hay 3 puestos: La Flor de San Miguel, una frutería regentada por sus dueños de toda la vida, La Boucherie, una carnicería francesa que dice tener la mejor carne europea y Loxanet, una pescadería gallega que también vende mariscos.
¿Y por la noche? En San Miguel también se pueden tomar copas. Cierra a las 10 de la noche, pero de jueves a sábado permanece abierto hasta las 2 de la mañana y su parte central con mesas y sillas, que durante el día está destinada a la degustación de productos, se convierte en el espacio perfecto para quedar con amigos y tomar unas cañas antes de ir a cenar, o unas copas después del cine.
Aunque a estas horas algunos puestos ya han cerrado, otros como el bar, la cervecería, el puesto de vermut o el de embutidos, se encargan de alimentar el espíritu golfo del mercado. Pero sin duda el lugar que despierta mayor curiosidad entre los visitantes es el mostrador más pequeño de todos, el de las Ostras Sorlut, un puesto en el que se pueden comprar ostras por unidades y acompañarlas con un vino blanco o una copa de champán Pierret, mientras se conversa en una de las mesas comunitarias.
En definitiva, San Miguel es el lugar perfecto para adentrarse en el mundo de la gastronomía y vivir experiencias culinarias únicas. Un espacio para tomar el vermut el sábado por la mañana, hacer una compra de productos delicatessens o tomar fruta fresca cortada al momento. Para la mortadela, habrá que cruzar al súper.
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